En el año 493, Teodorico, jefe de los
ostrogodos, venció luego de encarnizados combates a las fuerzas de Odoacro, rey
de los hérulos, que había destituido al último emperador romano.
Instaló entonces en Italia un reino ostrogodo
independiente, con capital en Ravena, que duró 60 años. En este período
Teodorico mantuvo una política amistosa con la corte imperial de
Constantinopla.
En el orden económico, los ostrogodos
mantuvieron la administración de impuestos y el sistema burocrático de los
romanos.
En el aspecto religioso, los ostrogodos
adhirieron al “arrianismo, herejía de origen cristiano, que fue sustentada por
un obispo de Alejandría, Arrío (280-336), quien negaba la eternidad de Jesús y
no reconocía a la Santísima Trinidad.
Teodorico basó su gobierno en la idea de una
convivencia pacífica entre godos y romanos, por lo que respetó la tradición y
la cultura del pueblo dominado.
Esta política favoreció un florecimiento
cultural en la Italia ostrogoda. Se destacaron las figuras de Boecío,
comentador filosófico que tradujo e interpretó a Aristóteles, y Benito de
Nursía, quien fundó su propio monasterio en Monte Cassino, al Norte de Nápoles.
Allí impuso normas para la vida en los monasterios, que se convirtieron en el
acta de fundación” del monacato latino. La regla benedictina combinaba la
oración y el trabajo. En adelante, los monasterios serán focos de ciencia y
literatura. La actividad desarrollada por Benito de Nursia fue el
acontecimiento más importante de la Italia de los ostrogodos.
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